Yo soy abogado, ¡Y TAMBIÉN POLICÍA!: La historia de un alma perdida.

11.7.11

Todos salimos a la calle esperando que nuestro día transcurra de forma regular, sin contratiempos ni sorpresas indeseadas. Pero lo cierto es que, cuando el destino decide romper nuestra flagrante monotonía, siempre tiene un objetivo fijo.

El sábado pasado, La Élite se encontraba fundamentalmente desintegrada. Algunos en NTNB2, otros enfermos, otros encerrados en casa, total que la salida ese día constó (en primera instancia) solo por dos miembros. Amy y yo quedamos en encontrarnos en la estancia a eso de las 2:15. Pero luego de un rato (y de habernos mojado en la lluvia) decidimos escapar al Tolón, a falta de mejor cosa que hacer. Luego de haber recorrido el centro comercial y de haber descansado un poco, decidimos asomarnos a la Plaza Alfredo Sadel, a ver qué era de la vida de la Vinotinto, pero nos quedamos fuera de la barrera pues yo estaba fumando, y no podía pasar con el cigarro. Y fue entonces cuando el destino nos dio una peculiar sorpresa.

Mientras estábamos parados afuera, lentamente se nos acercó un señor bastante viejito, tambaleándose, soportado de una de las barreras. Cuando al fin llegó hasta nosotros, nos tomó de la mano, y nos dijo (con bastante dificultad) que se encontraba mareado, y que debía llegar a su casa en Cumbres de Curumo (échenle bo…)

Bajo órdenes de nuestro sentido común, le preguntamos al señor su nombre. Él, tomo aliento con lentitud, y dijo: “Yo soy Félix, y soy profesor universitario de la Universidad Central de Venezuela”. En ese momento no teníamos mucho interés en qué profesión ejercía o ejerció en algún momento de su vida. Nuestra prioridad era encontrar a algún familiar suyo. Le preguntamos: “¿Se sabe el número de su hija?” y el señor Félix respondió (luego de diez minutos de interrogarlo una y otra vez con la misma incógnita) un número que, como era de esperarse, estaba errado. Al ver que no conseguíamos comunicarnos, el señor Félix nos prestó su celular. Nos propusimos encontrar a su hija en el directorio telefónico, pero su nombre no figuraba ahí. Pero, mientras llamábamos a números de personas totalmente desconocidas (y que de paso no caían) el señor dijo: “Llamen a mi tomatico, por favor.” Y, efectivamente, en la agenda de contactos del celular encontramos un número bajo el nombre “Tomatico”. Conseguimos comunicarnos con la que resultó siendo su hija menor, quién dijo que irían a buscar al señor Félix inmediatamente. Y la espera empezó ahí.

Como es común en personas mayores, el señor Félix quiso entablar una conversación con nosotros, sin importar cuales fueran las circunstancias en que se encontraba.

“¿Y tu cómo te llamas hija?” Preguntó el señor.
“Yo me llamo Amy.”
“¿Cómo?”
“AMY, me llamo Amy.”
“Y tu muchacho, ¿Cómo te llamas?”
“Yo me llamo José Gregorio.”
“Entonces, Amy y José Gregorio. ¿Qué estás estudiando hija?”
“Bachillerato, me acabo de graduar.”
“¿Y tu qué estudias?” Me pregunta.
“Me acabo de graduar, igual que ella.”
“Amy, ¿qué piensas estudiar?”
“Diseño gráfico.”
“¿En dónde?”
“En los Estados Unidos.”
“¿Y tú?”
“Lo mismo que ella, pero acá en Venezuela.” (Siendo una persona tan mayor no le iba a decir que voy a estudiar diseño de modas)
“Bueno.” Dice. Luego, mirando a Amy, y luego a mí, me propina un leve golpe en el vientre diciendo: “Mira, ¡cuidado con una vaina!, que ella es como mi nieta.”
Yo le contesto, “Si señor, no se preocupe, yo la cuido.”
“Hija, ¿Viven muy lejos?” le pregunta a Amy.
“Bueno, yo más o menos y el vive aquí en Chacaito”
“No te vayas a ir muy tarde entonces, ¿qué hora será?” dice el señor Félix, viendo su reloj que marcaba la hora incorrecta.
“Son las cuatro” dice Amy.
“¿Y a qué hora te vas?
“Como a las siete, me viene a buscar mi mamá.”
“!AAAH! ¿te viene a buscar tu mami?” dice riéndose. “Mira hija, le vas a decir a tú mamá que un amigo le mandó saludos, ¿Ok?”
“Si si, okay.” Contesta Amy.
“¿Ven ese policía que está más atrás? Bueno, el me está cuidando, yo soy funcionario policial”
“¿A sí?” le pregunto, “¿Y qué enseña usted?”
“Yo soy abogado” nos dice, sacando de su cartera las credenciales que lo confirman, junto con el carnet de la policía municipal que lo identificaba como ‘Asesor Jurídico’.
“¿Y cuánto tiempo enseñó usted?” preguntó Amy.
“Pues… aproximadamente unos cuarenta años.”

Así siguió la conversación entre risas y preguntas y afirmaciones repetidas, dentro de las cuales figuraban: “¿Cómo era que te llamabas?”, “¿Y mi Tomatico, dónde viene?”, “¡Cuidado con una vaina carajito, mira que te busco y te espescuezo, que esta es mi nieta!” Hasta que finalmente, se nos acerca una señora, la esposa del señor Félix. Nos da las gracias por todo, y no sin antes sacarnos un poco más de conversación, nos tuvimos que despedir de nuestro nuevo pero viejo amigo.

Si es verdad que la vida a veces es dura y llena de penas. También es verdad que todo lo que queremos no lo podemos tener. Pero por encima de todo eso, la vida es algo que no podemos dejar perder, por un par de contratiempos que se nos atraviesen en el camino. Nuestro encuentro con el señor Félix, nos hizo revalorar el estado en que nos encontramos. Amar nuestra memoria como jamás lo habíamos hecho. Y admirar la simpleza con la que era capaz de ver la vida, aquél hombre que tanto trabajo había pasado. Esta historia la colocamos, no solo con el propósito de entretenerlos, si no para que también reevalúen la manera en que llevan su vida. A veces es larga como la del señor Félix, a veces corta por cualquier eventualidad. Pero al final de cuentas, lo que en realidad importa es poder decir con confianza cada noche antes de dormir: “No hay nada mejor que estar vivo…”

You Might Also Like

0 comentarios